Tras cenar con varias amigas hace algún tiempo, caí en la cuenta de algo triste pero innegable: nuestras reuniones habían dejado de ser divertidas. Unas solteras, otras casadas, otras ya con niños; éramos incapaces de mantener una conversación divertida o profunda sobre algo que no tuviese que ver con el hecho de encontrar pareja y tener hijos. Éramos incapaces de planear algo que consistiese básicamente en disfrutar de nuestra compañía.
No fue esta una situación aislada. De repente, mujeres a las que yo siempre había considerado ingeniosas, divertidas e independientes no parecían mostrar otro interés más allá que el de “estabilizarse”. Eso no debería suponer un problema, excepto cuando se llegan a vivir situaciones en las que compruebas que el encontrar pareja para muchos no es un deseo, sino que se transforma en una obsesión o un requisito imprescindible para tener una vida completa.