Todos necesitamos ser reconocidos. No es una cuestión de orgullo, egoísmo o inmadurez. En absoluto, el ser humano, desde sus etapas más tempranas, necesita del respeto y el cariño de todos aquellos que le rodean, ahí donde queda implícito ese reconocimiento sincero hacia nuestra persona.
Se reconoce nuestro valor como ser humano que es querido, amado. Se reconocen nuestras virtudes y nuestras capacidades para avanzar y conseguir cosas. Para ser feliz con madurez e integridad. Bajo esta dimensión esencial se halla además la fuerza de esos vínculos de apego que nos dan confianza y que nos ayudan a crecer. Nuestros padres, nuestra familia, son el primer círculo social encargado de ofrecernos reconocimiento, respeto y cariño.
Si disponemos de este primer “sustrato”, tendremos también el privilegio de la autoestima. Ésa con la cual, ir avanzando emocional y personalmente. Más tarde, y a través de nuestras relaciones sociales, obtendremos también reconocimiento de nuestros amigos y nuestras parejas. Pero cuidado, al igual que aceptamos recibirlo, también es esencial saber ofrecer reconocimiento a los demás: “yo te valoro como persona, te aprecio y creo en ti. Sé de lo que eres capaz y te respeto por ello. Eres parte de mi vida”.
Hablemos hoy sobre ello. Ahondemos en el concepto del reconocimiento.